Primero fueron los Estados…
Axioma: cualquier Institución que se precie tiene una Cultura propia.
En algunos casos, ésta se escribe antes de que todo empiece. Véase la Declaración de Independencia de los Estados Unidos. En otros, como el Reino Unido llevan siglos funcionando sin una Constitución escrita, pero siempre de acuerdo a unos principios firmemente arraigados desde Tremadoc a Skye. Ambos casos son historias de éxito en cuanto al nivel de alineamiento de su población en torno a unos valores. Los norteamericanos, por un lado, están tan seguros y orgullosos de ellos que no han podido resistir la tentación de exportarlos por todo el mundo, tal como reclamaba su presidente W. Wilson.
Los británicos, por su parte, han sustentado sobre ellos la obligación providencial de “llevar la luz de la civilización a esos pobres pueblos privados de leyes”, tal y como dejó escrito Rudyard Kipling. Los dos países atraviesan una indudable crisis de valores que les lleva a cuestionarse la mayor, pero ese no es el tema de este post. “El tema -como diría Palmerston- es como nos afecta la maldita cuestión a todos”.
Luego vinieron las Empresas…
Hoy en día parte del papel de los Estados ha sido asumido por las Grandes Empresas, y no hay ni una de ellas que no se reconozca en una cultura propia. Un famoso antropólogo dijo que "la Cultura es la particular manera en que una comunidad interpreta y altera la realidad", y eso es precisamente lo que las empresas están decididas a hacer. Conseguirlo pasa por alinear comportamientos, ya sea dando saltos alrededor de una fogata en el Amazonas o participando en un evento virtual para directivos.
Cada vez son más las empresas que se toman en serio la idea de que su sostenibilidad pasa indefectiblemente por alineamiento de conductas. Es decir, por una cultura corporativa, sólida, arraigada y constructiva. Capaz de responder al “qué hay de lo mío” por parte de cada uno de sus stakeholders. Tarea nada fácil que tiene mucho de una vieja, clásica y necesaria asignatura: la retórica.
De pronto surgieron los Gurus corporativos…
Ha llegado la hora de los Departamentos Corporativos y de Marca. Ellos son los encargados de “evangelizar” permanentemente, de buscar canales y “ceremonias” que escenifiquen la cultura de empresa, de reconocer y premiar los mejores ejemplos a seguir, de elevarlos a los “altares” del “hall of the fame”, de dar a conocer las “Best Practices” en las publicaciones internas y en los Premios Corporativos. Seleccionar “Apóstoles” que lleven la nueva luz a los cinco continentes, e incluso, en algunos casos articular procesos de control, más o menos “disuasorios” para controlar las conductas desviadas.
Todo esto parece muy nuevo, sin embargo suena un poco a que alguien está reinventando la religión, pero eso sí, sin promesa de vida eterna. Matt Haig habla de ello en su magnífico libro “El reinado de las Marcas” que recomiendo cada año a mis alumnos como texto de referencia.
¿Y ahora qué?
Con la crisis las Empresas se han dado cuenta de que tanto proceso de concienciación cultural resulta bastante caro y sobre todo no tiene una rentabilidad inmediata y tangible. Por eso se conforman con Programas de Comunicación interna cada vez más “ajustados”, e incluso algunos altos directivos han llegado a la conclusión de que “educadito se viene casa” y que la “cultura se aprende de manera instintiva viendo lo que hay que hacer para que no te echen o para que te asciendan.”
Sin embargo, y ésta es mi firme opinión, nunca como ahora ha sido tan importante el papel de la Cultura de Empresa en las corporaciones. En un mercado en el que los intangibles tienen cada vez más peso y en el que la confianza de los stakeholders pesa tanto como la cuenta de resultados, es determinante para mirar al futuro con una razonable esperanza, conseguir que todo el personal se comprometa en llevar a cabo su labor de acuerdo a unos mismos valores, ya que desgraciadamente, es bastante frecuente encontrarse con que los nuevos candidatos interpretan la palabra Valor, bien como algo que cotiza en bolsa o bien como un chocolate a la taza.
Eduardo Irastorza.
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